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A L. después de A.
Sabadomingo
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Los que no saben nada dicen
que el pez por la boca muere.
Prometeo me mira desde otro lado del vidrio y basta.
Yo soy el pez en el aire.
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Ayer y hoy se agarran de una silaba
y alguno me invita a ver lo que sabe hacer la muerte:
alguien dará el último brinco esta tarde
o cuando el sol le baje un sueño.
Yo paso de largo
Se me antoja alguna otra variación de la memoria
entonces la recuerdo atenta y con vestido.
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Pero la muerte me arrima más distancia.
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Ya temprano hablábamos de huevos,
gallinas cerealeras, gatos, hierros, comadrejas.
¿No lo sabíamos?
Celebrábamos el entierro de la víspera
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Por la cocina me muevo sin delantal, sabiduría ni accesorios,
preparo un almuerzo que no procuro terminar.
Vuelo a la hoja
porque Prometeo se posa en la prosa
del último verso
y me hace caer unas preguntas:
¿Qué?
¿Se llamará Soren el hijo bastardo de Kierkegaard?
¿Todo se amontona?
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Ahora el niño reclama un almuerzo
exento de lápiz y papel
pero pretende que aun la música.
Saca de su bolsillo unas monedas
como un mago
me tira un beso
entonces todo el mar
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Y este mediodía de cortinas
se merece el gorrión que lo desvela
para que yo, el pez en el aire,
pueda sentarme frente al anzuelo de la muerte que.
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enviado Amigavelmente, hoje, pela Autora, Maria Gabriela Piccini
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