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1. CADA POEMA, UNA PEQUEÑA CREACIÓN
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Abundan las personas que “no se llevan bien” con la poesía, aunque muchas veces hagan serios esfuerzos por acercarse, y a pesar de que tengan –como hemos observado con frecuencia- muy buena formación en otros campos del conocimiento. Nos pasó a nosotros mismos, antiguamente ajenos a ese género que veíamos “impráctico”, lleno de artificios, individualista y con escasa proyección social. Por eso nos parece oportuno exponer, aunque más no sea, ciertas claves o referencias que puedan reducir esa brecha tan frecuente entre la lectura de un texto poético y la captación de su sentido; lo que determinaría –es nuestra esperanza- una gozosa conjunción.
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Acaso la primera pregunta que deba responderse pase por la intencionalidad del poeta. Es decir, por qué alguien dice las cosas de una manera que, al principio, en un primera lectura, parecieran estar expuestas desde otra perspectiva del habla, como si nos asaltaran desde una forma agazapada del lenguaje.
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Se nos ocurre un ejemplo a partir de la gradual “complicación” que pueden tener las imágenes o la grafía de cualquier anuncio publicitario. Una primera forma de exposición se nos ha presentado, históricamente, con un estilo nada más que lineal, sin ningún tipo de elaboración: Apenas el nombre de un producto, y alguna de sus propiedades básicas. En otro momento hemos visto las cosas escritas con algún tipo de remarcación, letras más artísticas, sugerencias más elaboradas. Siguiendo el proceso observamos el surgimiento de cierta distribución especial de las palabras, con quiebre de sílabas, contrapunto de letras mayores y menores, oposiciones de color, frases de impacto. Más adelante, ondulaciones, movimiento, apoyo de sonidos, etc. Un anuncio que al principio dijese, por ejemplo, “tome más leche”, puede terminar con la cara de un niñito feliz, una vaca mugiendo o, como en una vieja película, con los senos enormes de Anita Ekberg derramando su gracia sobre un sacerdote torturado. Y todo para qué, para decir lo mismo, pero de una manera diferente. Con la esperanza de que cada nueva vez lo sea mejor, más convincente, más hermoso, más inolvidable.
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Ese mismo es el camino del poeta: decir algo, como si fuese la última manera de hacerlo, como si lo dicho antes sólo hubiera sido una aproximación a lo que debiera decirse. Porque no se puede cambiar el modo de que un hombre nazca, pero cada nacimiento puede celebrarse de mil forma distintas. Y eso un poeta lo sabe y por eso su oficio consiste justamente en la persecución de lucerías imprevisibles. Cada poema deviene, entonces, una pequeña creación. Con la cual se manifiesta, además, una de las tendencias contradictorias básicas del hombre: la de rechazar y de oponerse a situaciones dadas. En este caso, una forma del lenguaje, una combinación ya convenida de las palabras (así como otras personas expresan lo contrario, aceptando los usos y las convenciones como si hubieran nacido “para siempre”).
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El ofrecimiento de una nueva forma es, en definitiva, otra manifestación de la voluntad de búsqueda del hombre, de su curiosidad infinita. Siempre frente al mar se ha querido descubrir lo que había más allá del agua. Frente a las montañas infranqueables, lo que se vería después de atravesarlas. Frente a la inmensidad del espacio, la cara oculta de la luna, la luz primera de la noche infinita. Frente a la suma de todas las palabras, las palabras que faltan, las que pueden juntarse para soñar lo que no se posee, para explicar, por fin, lo que todavía no tiene explicación. En esa aventura, profundamente humana, sobre la materialidad de un lenguaje, la poesía se mueve, pacientemente, con la vigilia y el ardor de una araña que teje y desteje sus misterios.
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José Luis Menéndez "Alphalibros", Mendoza, Argentina (fragmento)
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